Los judíos en el mundo actual son predominantemente una población
urbana, y así ha sido durante muchos siglos. Pero detrás de la experiencia de
la ciudad se encuentra un período de vida agrícola que ha dejado muchos rastros
en la ley y las costumbres judías. Y aun más atrás está la época de los
“padres”, nómadas del desierto a quienes se consideran los fundadores del
pueblo judío.
Partiendo de la reputación legendaria por su poder, riqueza y
sabiduría que el rey David y su hijo Salomón adquirieron; se comienza a
contextualizar, con aspectos relevantes, la trayectoria de un pueblo que fue
gobernado sobre una extensa región habitada por una variedad de poblaciones por
estos reyes. David estableció su capital en Jerusalén; Salomón construyó el
gran Templo que sería el punto de unificación del culto y la identidad
israelitas. Los logros de este período (1000-930 a.c.) dejaron una impresión
perdurable en las generaciones siguientes, de la cual todavía existen
reminiscencias en la liturgia judía, en el folclore y en la ideología política
del sionismo. Los judíos 300 a.c. aún se concentraban en Judea y Babilonia,
pero ya empiezan a producirse ramificaciones a lo largo de las principales
rutas comerciales y en las ciudades griegas del Mediterráneo oriental. La distribución
refleja las dos razones principales de los traslados: las oportunidades
comerciales y la política griega de conceder ciertos derechos a los emigrantes,
por ejemplo, el reparto de tierras entre los que habían servido como soldados.
Ya entonces había comenzado la expansión hacia Occidente. A lo largo de la
historia judía, se podría observar, que la condición de pueblo y la religión
son inseparables.
No es preciso inquirir demasiado en el mundo judío actual para
descubrir una intensa preocupación por dos grandes temas: identidad y
supervivencia. La preocupación por la supervivencia es fácil atribuirla a la
impresión producida por el holocausto, pero tiene raíces más antiguas, en las
deserciones del judaísmo y el declive demográfico del siglo XIX. La preocupación
por la identidad judía también surge de las agitaciones políticas de este
período. De hecho, esto refleja los cambios drásticos en la condición de los
judíos, consecuencia del proceso de emancipación el efecto fragmentados de las
migraciones.
Como
consecuencia de su expulsión de la Tierra de Israel, hace unos 2.000 años, los
judíos fueron dispersados por otros países, principalmente en Europa, Noráfrica
y el Medio Oriente. Con el correr de los siglos, establecieron numerosas
comunidades en países cercanos y lejanos, en las que vivieron largos períodos
de desarrollo y prosperidad, pero a veces también fueron sometidos a una cruel
discriminación, brutales programas y expulsiones totales o parciales. Cada ola
de persecución y violencia reforzaba su creencia en el concepto del
"crisol de las diásporas" e inspiraba a individuos y grupos al
regreso a su patria ancestral. El movimiento sionista, fundado a fines del
siglo XIX, transformó este concepto en un modo de vida y el Estado de Israel lo
tradujo en ley, otorgándole la ciudadanía a todo judío que desee establecerse
en el país.
Sin
embargo, las lecciones históricas son complicadas, por la mayor libertad que se
deriva de la emancipación política. El conocido aforismo de que el judaísmo,
“más que una religión es un estilo de vida”, quizá se formula más como un
reflexión sobre la religión judía que sobre la vida judía. Es verdad que la
identidad judía es con frecuencia un compromiso social en la cual la religión
es apenas un ingrediente entre muchos otros, y es igualmente cierto que la
literatura religiosa es apenas un ingrediente entre muchos otros, y es
igualmente cierto que la literatura religiosa judía siempre ha puesto un gran
énfasis sobre la vida real más que sobre el pensamiento abstracto o la fe. Pero
la vida judía, viva y opuesta a los estereotipos ideales de los sermones y los
manuales, es una cosa curiosa e intangible, que varía mucho de un lugar a otro,
de un tiempo a otro, e incluso entre grupos e individuos de la misma comunidad.
Todavía hoy sigue siendo muy marcada esa diferencia, tal vez más que en otros
tiempos, pero resultaría romántico e inexacto decir que se trata de un fenómeno
puramente actual. Lo que ha cambiado es la cohesión social, y la uniformidad de
la comunidad medieval ha quedado desbaratada en las nuevas condiciones de una
sociedad abierta, y esta ruptura ha dado lugar a múltiples intentos de
conservar y expresar la identidad judía sin las limitaciones de una segregación
forzada y un fuerte liderazgo interno. Como suele suceder, un cambio
esencialmente político ha dado lugar a la transformación económica y social,
que a su vez ha requerido una revalorización de las bases teóricas de las
instituciones y hábitos tradicionales.
En
las comunidades judías medievales se reconocía oficialmente la identidad judía,
se prohibía el proselitismo y el matrimonio mixto y a menudo se obligaba a los
judíos a llevar ropas especiales y a vivir en barrios separados: la segregación
social traía como consecuencia la segregación cultural. Aunque era inevitable
cierta influencia, los judíos se hallaban separados completamente de la cultura
de la mayoría y desarrollaban su propio estilo de vida en un relativo
aislamiento. En muchos lugares incluso hablaban otra lengua, distinta de la de
sus vecinos. Con frecuencia había una gran diferencia entre el nivel cultural
de los judíos y de los no judíos (sobre todo en lugares donde entre los no
judíos era común el analfabetismo). La religión era, sin duda, un factor de
división, tanto la causa como la consecuencia de la separación, aunque con
mucha frecuencia había influencias mutuas en lo religioso, tanto en los niveles
intelectuales como en los populares.
La
comunidad medieval judía se hallaba muy organizada y mantenía funcionarios
asalariados para administrar sus diversas actividades e instituciones,
incluyendo los establecimientos educacionales y religiosos, los impuestos y la
beneficencia. Se trataba de una sociedad altamente cohesionada, sellada por
unos lazos defensivos de interés para todos y por un sentido ideológico de
objetivo común. Había un fuerte sentido de la responsabilidad social ya que los miembros prósperos ayudaban a los
menos afortunados a través de instituciones caritativas y de la beneficencia
individual. Aunque cada comunidad era autónoma, también había cooperación
intercomunal. Los rabinos se prestaban consejo y asistencia mutua (en
ocasiones llegaban a reunirse en sínodos regionales), los tribunales
intercambiaban información acerca de casos que trascendían la jurisdicción
local, y las limosnas se destinaban a viajeros necesitados y para el rescate de
los cautivos.
Las restricciones que
pesaban sobre los judíos les permitieron desarrollar una especialización
económica y ocupacional considerable. La prohibición de que poseyeran esclavos prácticamente
los empujó fuera de la agricultura y de la industria. Sin embargo, Hasta
el siglo XIII, muchos judíos fueron ricos terratenientes y otros muchos basaban
su economía en el campo, aunque algunas legislaciones les prohibiesen poseer
tierras. Pero pequeños propietarios agrarios hubo hasta la expulsión,
destacando como viñadores y enseñando algunas particularidades de este cultivo
a los cristianos. Pero la gran mayoría se dedicaba al comercio y la artesanía,
se constituían en gremios y ocupaban determinadas calles de la ciudad. Una de
las profesiones que ejercieron mayoritariamente, sobre todo en Aragón, fue la
de tintoreros, destacando también como guarnicioneros, sastres, zapateros,
joyeros y comerciantes en paños, lo que les proporcionaba un desahogado medio
de vida aunque, evidentemente, no todos los judíos eran ricos. Fueron pequeños
comerciantes, intermediarios y tenderos. Los reyes suprimían y otorgaban
privilegios a sus comunidades y los obispos y la nobleza los gravaba con
impuestos. Algunos judíos actuaban como recaudadores de las rentas reales, lo
que les granjeaba el odio de los cristianos. Las disposiciones legales eran
cambiantes: unas veces cobraban los impuestos reales y otras se les prohibía
hasta el comercio con cristianos.
En la
Europa medieval se les fue empujando gradualmente a hacerse prestamistas y a
desarrollar un pequeño grupo de actividades comerciales. Tal especialización
del trabajo –como lo plantearía Smith-, subraya la separación de judíos y no
judíos, y contribuyó, a la larga, a hacerles impopulares entre la gente del
pueblo, particularmente entre sus rivales y deudores. Tendían a agruparse en
determinados barrios de las ciudades. En la Europa del Este, donde había menos
ciudades, se hallaban dispersos en pequeñas poblaciones, pero aun allí las
restricciones económicas y sociales les convertían en un grupo marginado.
La
unidad básica de la vida judía era la familia; tal vez ahí resida
la verdadera fuerza del sistema de mercado autorregulado judío. Las familias
eran numerosas, fuertes y leales. En una sociedad en que se tendía a valorar a
la comunidad por encima del individuo, y que nunca había enaltecido el celibato
ni el monacato, la familia proporcionaba estabilidad y continuidad, y era el
marco social, económico y religioso inmediato par la vida del individuo judío.
La religión comenzaba en el hogar, y las fiestas del año religiosos se
celebraban dentro de la familia, así como los momentos cruciales en la vida de
los individuos y de la familia se hallaban marcados por observancias
religiosas. La religión también imponía (y actualmente impone), un estricto
código de conducta en ámbitos de desarrollo de la comunidad como el económico,
cuyo propósito era la conservación y santificación de la familia. Dentro de los
preceptos económicos aplicados por el judío independiente de su lugar de
residencia, con base en sus creencias[1],
se encuentran entre otros:
- Sirve a Dios y Él bendecirá tu pan y tus aguas
- No dar el dinero a usura ni prestar a interés, porque si lo hago no viviré.
- La riquezas se aumentan al compadecerse de los pobres
- Honrar a los padres alargan los días en la tierra y atrae la prosperidad.
- Trae los diezmos al alfolí y haya alimento en la casa de manera sobre abundante
Desarrollado por: Giovanny Paredes Alvarez –CEO -Nabi Consulting-
[1] El judaísmo como religión es
la primera religión monoteísta de la humanidad y se fundamenta en 613
principios que son llamados preceptos, mandamientos de Dios. Estos mandamientos
fueron entregados a través de un texto, el texto escrito en el Pentateuco o
Torah, que pasaron a ser la esencia del pensamiento judío y son justamente lo
trascendente en éste pueblo
No hay comentarios:
Publicar un comentario