viernes, 25 de septiembre de 2015

El Pueblo Judío, Odisea a Través de los Siglos (Parte II)

Los judíos en el mundo actual son predominantemente una población urbana, y así ha sido durante muchos siglos. Pero detrás de la experiencia de la ciudad se encuentra un período de vida agrícola que ha dejado muchos rastros en la ley y las costumbres judías. Y aun más atrás está la época de los “padres”, nómadas del desierto a quienes se consideran los fundadores del pueblo judío.

Partiendo de la reputación legendaria por su poder, riqueza y sabiduría que el rey David y su hijo Salomón adquirieron; se comienza a contextualizar, con aspectos relevantes, la trayectoria de un pueblo que fue gobernado sobre una extensa región habitada por una variedad de poblaciones por estos reyes. David estableció su capital en Jerusalén; Salomón construyó el gran Templo que sería el punto de unificación del culto y la identidad israelitas. Los logros de este período (1000-930 a.c.) dejaron una impresión perdurable en las generaciones siguientes, de la cual todavía existen reminiscencias en la liturgia judía, en el folclore y en la ideología política del sionismo. Los judíos 300 a.c. aún se concentraban en Judea y Babilonia, pero ya empiezan a producirse ramificaciones a lo largo de las principales rutas comerciales y en las ciudades griegas del Mediterráneo oriental. La distribución refleja las dos razones principales de los traslados: las oportunidades comerciales y la política griega de conceder ciertos derechos a los emigrantes, por ejemplo, el reparto de tierras entre los que habían servido como soldados. Ya entonces había comenzado la expansión hacia Occidente. A lo largo de la historia judía, se podría observar, que la condición de pueblo y la religión son inseparables.

No es preciso inquirir demasiado en el mundo judío actual para descubrir una intensa preocupación por dos grandes temas: identidad y supervivencia. La preocupación por la supervivencia es fácil atribuirla a la impresión producida por el holocausto, pero tiene raíces más antiguas, en las deserciones del judaísmo y el declive demográfico del siglo XIX. La preocupación por la identidad judía también surge de las agitaciones políticas de este período. De hecho, esto refleja los cambios drásticos en la condición de los judíos, consecuencia del proceso de emancipación el efecto fragmentados de las migraciones.

Como consecuencia de su expulsión de la Tierra de Israel, hace unos 2.000 años, los judíos fueron dispersados por otros países, principalmente en Europa, Noráfrica y el Medio Oriente. Con el correr de los siglos, establecieron numerosas comunidades en países cercanos y lejanos, en las que vivieron largos períodos de desarrollo y prosperidad, pero a veces también fueron sometidos a una cruel discriminación, brutales programas y expulsiones totales o parciales. Cada ola de persecución y violencia reforzaba su creencia en el concepto del "crisol de las diásporas" e inspiraba a individuos y grupos al regreso a su patria ancestral. El movimiento sionista, fundado a fines del siglo XIX, transformó este concepto en un modo de vida y el Estado de Israel lo tradujo en ley, otorgándole la ciudadanía a todo judío que desee establecerse en el país.

Sin embargo, las lecciones históricas son complicadas, por la mayor libertad que se deriva de la emancipación política. El conocido aforismo de que el judaísmo, “más que una religión es un estilo de vida”, quizá se formula más como un reflexión sobre la religión judía que sobre la vida judía. Es verdad que la identidad judía es con frecuencia un compromiso social en la cual la religión es apenas un ingrediente entre muchos otros, y es igualmente cierto que la literatura religiosa es apenas un ingrediente entre muchos otros, y es igualmente cierto que la literatura religiosa judía siempre ha puesto un gran énfasis sobre la vida real más que sobre el pensamiento abstracto o la fe. Pero la vida judía, viva y opuesta a los estereotipos ideales de los sermones y los manuales, es una cosa curiosa e intangible, que varía mucho de un lugar a otro, de un tiempo a otro, e incluso entre grupos e individuos de la misma comunidad. Todavía hoy sigue siendo muy marcada esa diferencia, tal vez más que en otros tiempos, pero resultaría romántico e inexacto decir que se trata de un fenómeno puramente actual. Lo que ha cambiado es la cohesión social, y la uniformidad de la comunidad medieval ha quedado desbaratada en las nuevas condiciones de una sociedad abierta, y esta ruptura ha dado lugar a múltiples intentos de conservar y expresar la identidad judía sin las limitaciones de una segregación forzada y un fuerte liderazgo interno. Como suele suceder, un cambio esencialmente político ha dado lugar a la transformación económica y social, que a su vez ha requerido una revalorización de las bases teóricas de las instituciones y hábitos tradicionales.

En las comunidades judías medievales se reconocía oficialmente la identidad judía, se prohibía el proselitismo y el matrimonio mixto y a menudo se obligaba a los judíos a llevar ropas especiales y a vivir en barrios separados: la segregación social traía como consecuencia la segregación cultural. Aunque era inevitable cierta influencia, los judíos se hallaban separados completamente de la cultura de la mayoría y desarrollaban su propio estilo de vida en un relativo aislamiento. En muchos lugares incluso hablaban otra lengua, distinta de la de sus vecinos. Con frecuencia había una gran diferencia entre el nivel cultural de los judíos y de los no judíos (sobre todo en lugares donde entre los no judíos era común el analfabetismo). La religión era, sin duda, un factor de división, tanto la causa como la consecuencia de la separación, aunque con mucha frecuencia había influencias mutuas en lo religioso, tanto en los niveles intelectuales como en los populares.

La comunidad medieval judía se hallaba muy organizada y mantenía funcionarios asalariados para administrar sus diversas actividades e instituciones, incluyendo los establecimientos educacionales y religiosos, los impuestos y la beneficencia. Se trataba de una sociedad altamente cohesionada, sellada por unos lazos defensivos de interés para todos y por un sentido ideológico de objetivo común. Había un fuerte sentido de la responsabilidad social  ya que los miembros prósperos ayudaban a los menos afortunados a través de instituciones caritativas y de la beneficencia individual. Aunque cada comunidad era autónoma, también había cooperación intercomunal. Los rabinos se prestaban consejo y asistencia mutua (en ocasiones llegaban a reunirse en sínodos regionales), los tribunales intercambiaban información acerca de casos que trascendían la jurisdicción local, y las limosnas se destinaban a viajeros necesitados y para el rescate de los cautivos.

Las restricciones que pesaban sobre los judíos les permitieron desarrollar una especialización económica y ocupacional considerable. La prohibición de que poseyeran esclavos prácticamente los empujó fuera de la agricultura y de la industria. Sin embargo, Hasta el siglo XIII, muchos judíos fueron ricos terratenientes y otros muchos basaban su economía en el campo, aunque algunas legislaciones les prohibiesen poseer tierras. Pero pequeños propietarios agrarios hubo hasta la expulsión, destacando como viñadores y enseñando algunas particularidades de este cultivo a los cristianos. Pero la gran mayoría se dedicaba al comercio y la artesanía, se constituían en gremios y ocupaban determinadas calles de la ciudad. Una de las profesiones que ejercieron mayoritariamente, sobre todo en Aragón, fue la de tintoreros, destacando también como guarnicioneros, sastres, zapateros, joyeros y comerciantes en paños, lo que les proporcionaba un desahogado medio de vida aunque, evidentemente, no todos los judíos eran ricos. Fueron pequeños comerciantes, intermediarios y tenderos. Los reyes suprimían y otorgaban privilegios a sus comunidades y los obispos y la nobleza los gravaba con impuestos. Algunos judíos actuaban como recaudadores de las rentas reales, lo que les granjeaba el odio de los cristianos. Las disposiciones legales eran cambiantes: unas veces cobraban los impuestos reales y otras se les prohibía hasta el comercio con cristianos.

En la Europa medieval se les fue empujando gradualmente a hacerse prestamistas y a desarrollar un pequeño grupo de actividades comerciales. Tal especialización del trabajo –como lo plantearía Smith-, subraya la separación de judíos y no judíos, y contribuyó, a la larga, a hacerles impopulares entre la gente del pueblo, particularmente entre sus rivales y deudores. Tendían a agruparse en determinados barrios de las ciudades. En la Europa del Este, donde había menos ciudades, se hallaban dispersos en pequeñas poblaciones, pero aun allí las restricciones económicas y sociales les convertían en un grupo marginado.

La unidad básica de la vida judía era la familia; tal vez ahí resida la verdadera fuerza del sistema de mercado autorregulado judío. Las familias eran numerosas, fuertes y leales. En una sociedad en que se tendía a valorar a la comunidad por encima del individuo, y que nunca había enaltecido el celibato ni el monacato, la familia proporcionaba estabilidad y continuidad, y era el marco social, económico y religioso inmediato par la vida del individuo judío. La religión comenzaba en el hogar, y las fiestas del año religiosos se celebraban dentro de la familia, así como los momentos cruciales en la vida de los individuos y de la familia se hallaban marcados por observancias religiosas. La religión también imponía (y actualmente impone), un estricto código de conducta en ámbitos de desarrollo de la comunidad como el económico, cuyo propósito era la conservación y santificación de la familia. Dentro de los preceptos económicos aplicados por el judío independiente de su lugar de residencia, con base en sus creencias[1], se encuentran entre otros:
  • Sirve a Dios y Él bendecirá tu pan y tus aguas
  • No dar el dinero a usura ni prestar a interés, porque si lo hago no viviré.
  •  La riquezas se aumentan al compadecerse de los pobres
  •  Honrar a los padres alargan los días en la tierra y atrae la prosperidad.
  • Trae los diezmos al alfolí y haya alimento en la casa de manera sobre abundante
Desarrollado por: Giovanny Paredes Alvarez –CEO -Nabi Consulting-


[1] El judaísmo como religión es la primera religión monoteísta de la humanidad y se fundamenta en 613 principios que son llamados preceptos, mandamientos de Dios. Estos mandamientos fueron entregados a través de un texto, el texto escrito en el Pentateuco o Torah, que pasaron a ser la esencia del pensamiento judío y son justamente lo trascendente en  éste pueblo


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