miércoles, 23 de septiembre de 2015

El Pueblo Judío, Odisea a Través de los Siglos (Parte I)

“Y andaré entre vosotros, y yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo”Lev.26-12

En el enredado mundo de la historia humana, la de los judíos es apenas una fina hebra, pero se prolonga mucho más allá de los estrechos límites de este pueblo. Aunque jamás ha sido poderoso, se ha visto envuelto una y otra vez en las corrientes más turbulentas, cargado de aventuras, misterios y paradojas. A menudo, los judíos han aparecido como un espécimen raro entre las naciones, lo que ha dado lugar a muchas ideas erróneas. El propósito de estas tres entradas es trazar una semblanza, lo más clara posible, del desarrollo de los judíos[1].

La revisión histórica del pueblo judío, a través del tiempo, muestra la supervivencia de un pueblo antiguo que, desposeído de identidad territorial durante siglos, supo conservar una enorme cohesión y un fuerte sentimiento de continuidad nacional y de principios de continuidad económica. Ni la persecución persistente ni la masacre ni el exilio lograron hacer perder a los judíos su integridad y su enorme amor propio. Estas entredas buscan dar un breve relato histórico y doctrinal de un pueblo milenario, buscando responder preguntas como: ¿Quién es judío? ¿El pensamiento económico histórico de los judíos depende de su identidad? Y esta identidad depende de ¿la sangre, de la religión, de ambas cosas o de algo diferente? ¿Son las creencias judías un sistema de mercado espontáneamente autorregulado?.

La existencia misma de los judíos es un misterio: un pueblo dispersado por todos los países del mundo, hasta hace poco sin territorio propio ni lengua común, y no obstante con un fuerte sentimiento de unidad e identidad común. La identidad judía es un enigma aún para los mismos judíos, imposible de encerrar en una simple frase; la única manera de acercarse a ella es a través de la historia. Ser judío no consiste en adherirse a un determinado credo o religión, sino en reconocer, un pasado y sentirse ligado a él. Individualmente, los judíos se conectan entre sí como las hojas de un frondoso árbol, algunas se agrupan estrechamente o se rozan apenas al paso del viento, otras, se alejan, pero todas son y permanecen similares en su clase y están vinculadas por una compleja estructura de ramificaciones que se prolongan o se cruzan de un modo aparentemente aleatorio, pero manteniéndose unidas al tronco común, del cual reciben su sustento, procedente de profundas raíces invisibles. Un judío de Filadelfia o de Francfort o de Bogotá puede tener, en apariencia, poco que ver con uno de Kiev o Tel Aviv; lo único que los une es un sentimiento, por débil que sea, de compartir un mismo origen y, quizá, un idéntico destino histórico, que les ha llevado a establecerse, tal vez de un modo azaroso, en lugares diversos.

Los judíos son un pueblo pequeño y disperso. Con una sola excepción, representan una reducida minoría de la población de todos los países en que viven, y la mayoría de ellos en casi todas partes son inmigrantes o bien hijos o nietos de inmigrantes. En todas partes los judíos tienen una aguda conciencia de su larga historia y de las desdichadas y, a menudo, trágicas vicisitudes por las que el pueblo ha debido atravesar. Los acontecimientos de hoy en día y la respuesta judía a los mismos se hallan profundamente influenciados por la experiencia del pasado judío y por las marcas que éste ha dejado en su psique colectiva.

El comienzo de la historia es una cuestión controvertida. Los judíos, como los cristianos, hacen remontar su propia historia hasta los tiempos bíblicos. Ciertamente la Biblia es un documento importante de la historia judía, presenta un relato del origen del pueblo de Israel y su desarrollo a partir de una sola familia hasta llegar a ser un reino poderoso, y luego, tras un período de derrota y exilio nacionales, una comunidad restaurada en la antigua capital de Jerusalén. La historia bíblica contiene la mayoría de los ingredientes de la historia posterior: migración y status minoritario, opresión y recuperación, aspiraciones nacionales y un sentido de misión moral en el mundo. Cualquier intento de entender a los judíos y al judaísmo debe otorgar un papel primordial a la Biblia.

En mi modesto concepto, un buen historiador de nuestra época debería sumergirse en la lectura de la Biblia, no de manera teológica o religiosa, sino con la inquietud propia del historiador de responder preguntas propias de su oficio, y trascendentales en la historia humana; tales como: ¿Quién es Dios?, ¿Quién es el hombre? o ¿Para qué es la vida?.  Es fácil para los historiadores en la actualidad creer y leer tantos textos escritos por multitud de autores, pero causarles escozor la lectura de un texto como la Biblia que ha trascendido toda la historia de la humanidad y que refleja la esencia de la misma.

La cuna del pueblo judío fue el Medio Oriente, más exactamente “la Media Luna fértil”, que traza un arco desde la punta del Golfo Pérsico hacia el valle del Éufrates y en dirección sur a través de Siria y palestina hasta Egipto. Esta región contiene todas las zonas más antiguas de asentamientos judíos que se conocen, y es el marco de los hechos que dominan la crónica tradicional de los orígenes judíos.

El origen del pueblo judío, en términos de una historia coherente, se despliega a partir de los desplazamientos de la familia de Abraham, a través de la cautividad egipcia hasta el éxodo, de una vida nómada o seminómada a una existencia sedentaria, y de una organización esencialmente tribal a una organización nacional. Después de un período de anarquía marcado por el liderazgo militar de los “jueces”, se estableció una monarquía, pronto dividida en dos reinos, Judá en el sur e Israel en el Norte. A falta de otras fuentes, es difícil evaluar la exactitud de esta tradición, pero los hallazgos arqueológicos apoyan la historia de la conquista de Canaán en términos generales, pero sugiriendo que fue un proceso que abarco todo el siglo XIII a.c.

Durante el período de la monarquía la pertenencia tribal era en gran medida simbólica, había un paso a las nuevas realidades de una administración centralizada y un estilo de vida predominantemente agrario y urbano. La monarquía alentó, además, el desenvolvimiento de una clase mercantil fuerte, que participaba tanto en el comercio internacional como local. Aunque las pruebas concretas son escasas, es razonable suponer que algunos comerciantes se establecieron temporal o permanentemente en el extranjero, echando los cimientos de la posterior diáspora mercantil.

Los nombres de las tribus se relacionan con regiones determinadas del territorio, y aun cuando las divisiones tribales reflejan originalmente estrechos vínculos de sangre, lo que en su momento determinó la identidad tribal fue un criterio geográfico más que genealógico, que daba la mayor importancia a las unidades más pequeñas (familia y clan) así como a la identidad nacional. Las comunidades conservaron su identidad basada en un pasado común y fortalecido a través de la lealtad familiar y de clan. La idea de nación ya no se asociaba directamente al territorio: la ley de Dios se extendía a toda la tierra, aún cuando en Jerusalén se hallaba su morada en forma especial.

Las comunidades judías se organizaban en corporaciones oficialmente reconocidas (politeumata) gobernadas por líderes y consejos, con sus propios tribunales, que administraban la ley judía tradicional. En cada una de las épocas de dominación (griega y romana) la libertad para que los judíos pudieran vivir bajo sus propias leyes implicaba, necesariamente, ciertos privilegios, sobre todo la exención de dar culto a los dioses paganos y de rendir honores divinos a los gobernantes, así como la libertad de observar el descanso sabático. Estos privilegios especiales eran condición fundamental para la vida judía, y por tanto un requisito esencial para que los gobernantes pudieran contar con la lealtad de los judíos (que la mayoría demostró). Esto constituía una fuente de satisfacción para los judíos y a menudo de resentimiento para sus vecinos que no lo eran.

Sería muy arriesgado dar una síntesis de todos los hechos históricos del pueblo judío porque se podría caer en desaciertos o en falta de claridad o en desviación del eje central de las entradas del blog, por tiempo y espacio. Sin embargo, resulta importante destacar aspectos relevantes, basados en escritos de Jacques Basnage[2] para poder contextualizar de manera breve la historia del pueblo judío.

Desarrollado por: Giovanny Paredes Alvarez –CEO -Nabi Consulting-


[1] La posibilidad de que el pasado pueda responder realmente a las cuestiones del presente es un punto discutible. Muy a menudo la historia se invoca para apuntar prejuicios políticos, económicos, sociales o religiosos. El renovado interés propio de la historia judía no es reflejo de una curiosidad natural o la respuesta a una necesidad o la búsqueda frente a la perplejidad, la desorientación y las pérdidas físicas del holocausto nazi. La preocupación por el pasado puede muy bien reflejar una profunda ansiedad acerca del futuro
[2] Jacques Basnage (1653-1723): protestante francés que escribió la primera historia moderna sobre los judíos. Su obra se convertiría en el modelo para obras posteriores.


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